sábado, 24 de marzo de 2012

Dos cuchillos...

Ya hablé en otro post de Fernando Merlo y de su poema Dos cuchillos que fue interpretado por Aguaviva, aunque nunca os copié el poema, que es tan sencillo como son los grandes poemas:


Dos cuchillos en mi pecho,
uno blanco y otro negro.
¡Ayúdame!
Que el blanco se está muriendo...


Para mi ese poema ha sido siempre la representación de la lucha entre el bien y el mal en nuestro interior. Y una petición desesperada de ayuda para defender la bondad frente a la fuerza y el poderío de lo obscuro. En estos días en que parece que nos adentramos en una nueva edad obscura, este poema cobra múltiples significados y su mensaje se hace omnipresente.
Cuando el ambiente es gris, mezquino y morne, nuestro yo se empequeñece y se desmandan las pasiones mas miserables y raquíticas. Ahora que me hago algo más que mayor, me asusta convertirme en una persona preocupada por cosas nimias, triste, violenta y amarga. 
Pero la única posibilidad es luchar contra ello, refugiarse en la música de las palabras, cuidar y mimar los sueños y disfrutar de las cosas hermosas: libros, música, la aventura de pensar y descubrir la verdad. E imaginar cómo resolver nuestro futuro

sábado, 10 de marzo de 2012

Susana, Pirra y María

C. lleva más de 10 días en el hospital, con tubos en su cabeza (ella dice que parece Makoki ¿quién le conoce ahora?). La enfermedad traidora ataca en la línea de flotación que para muchos hoy es la cabeza y a C. se le confirman las certezas: vivir es la única obligación, todos los demás asuntos son tonterías. 
No sé que decirle, yo sigo sin sustos esta vida imbécil que es la nuestra y es difícil que comunique con ella, que siempre supo cuál era la vida que merecía la pena vivirse.
Mientras, Pirra, una de mis gatas, se murió: ¡cuánto duele la muerte de los bichos de uno! y Susana, nuestra compañera de siempre, libró su último combate con la enfermedad por antonomasia, el innombrable cáncer que nos diezma sin que le tiemble mínimamente el pulso.
La muerte incomprensible es supuestamente equivalente: Pirra, V., Susana. Pero María, la hija de 11 años de Susana, no entiende de equivalencias: la muerte de Susana, su madre no tiene parangón ni medida alguna: es enorme, arcana y negra y abarca su vida entera.
Susana era una joven morena con gafas (ahora sería quizás una gafapasta), que vestía a menudo minifaldas y medias de colores vivos. Tenía una sonrisa inquisitiva, es decir, amablemente preguntaba el sentido de las cosas. Hacía bien su trabajo y se reservaba el derecho a disentir o a pensar diferente. Con María tuvo siempre una conversación muy intensa e íntima, desde el mismo momento en que nació.
Estos frutos de la edad son deleznables, ver la muerte y la enfermedad asolando tu entorno. Cierto es que María y yo sabemos, nos lo dijo Susana, que luchar es nuestra esencia. Por eso vamos a seguir adelante