domingo, 23 de diciembre de 2012

Materialización de la esperanza

Ahora que ya no nos ha tocado la lotería, y que para los años que vendrán se acumulan los negros augurios, muy pocas cosas no hacen sentirnos esperanzados: quizás los niños o también la naturaleza.















Yo tengo mi árbol favorito, un alcornoque de la dehesa de Collado que hace unos años perdió una rama central de su copa. Y mi amiga A. tiene una encina como árbol favorito. Aquí os traigo a ambos, es un modo de deciros que todo es todavía posible. Felicidad ahora y siempre para todos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Del silencio que crece

Empecé este blog el 1 de mayo de 2007 y en ese año escribí 78 posts. El año siguiente, año en el que llevamos a cabo una migración del catálogo de la BNE, escribí muchos menos en los 12 meses completos, 44. En 2009 fueron 24, 29 en 2010. El año pasado sólo escribí 18 y este llevo 19.
Con ligeros repuntes, pero en realidad esto es una caída en toda regla. Analizar por qué se ha producido no sirve para mucho, si no es para jugar con las palabras y las razones, quizás los únicos juegos relativamente inocentes que nos quedan.
¿Por qué se ha producido esta sequía que va camino de pertinaz? En primer lugar, por disminución de las lecturas que no son profesionales, ahora leo bastante menos que en el año 2007, y no hay que olvidar que una de las motivaciones de este blog son los libros leídos. 
Otro motivo es el aumento de la responsabilidad en la BNE, que deja menor margen a la opinión libérrima y anárquica y parece poner una lente distorsionadora y deformante a estas humildes opiniones. 
Estas dos razones se unen y son consecuencia y causa de una tercera, la absoluta falta de tiempo para otra cosa que no sea trabajar y dormir. Esta es una realidad que no me gusta, pero que no sé como cambiar.
Para no seguir poniéndome dramática quiero hablaros de dos libros que me ha prestado M., que no tiene tampoco demasiado tiempo, pero que a veces lo encuentra. De ninguno de ellos había oído lo más mínimo, uno ya lo he acabado y el otro, aún no.
El primero es Nos compramos un zoo, de Benjamín Mee y cuenta una historia real de un periodista dedicado a los artículos de bricolaje que decide empeñar el dinero de toda su familia en la compra de un zoo en ruinas. Es una historia curiosa que pone el acento en las cuestiones prácticas, haciéndonos ver que en cualquier sueño hay una dimensión de gestión de recursos que es tan interesante como el sueño en si. Además, este zoo pretende ser una institución conservacionista que se emplea a fondo con las especies en peligro de desaparición. El autor nos narra el año previo a su reapertura al público y los primeros días abierto al público, incluyendo varias escapadas (el tigre, creo y un lobo..) y una sesión de dentista de grandes animales.
El que tengo a medias es El insólito peregrinaje de Harold Fry, de Rachel Joyce y de momento sólo puedo decir que la historia del jubilado que se echa a andar como un suerte de ensalmo para salvar a una vieja amiga enferma de cáncer despierta en mi cierta conmiseración y bastante angustia, pues la improvisación con la que emprende el viaje parece casi suicida. Pero M. dice que el final es sorprendente y además la historia en  sí parece una metáfora de nuestras vidas anodinas, de lo prescindible de éstas, de la tristeza de las relaciones   deterioradas...
En fin, como dije más arriba con el poemilla Lloviembre, aunque los mayas no tengan razón, si que parece que la tristeza y silencio van ganando la partida. Seguro que la forma de vencerlos es la canción tan utilizada últimamente,  Resistiré... O si no, como dice Benedetti, Defender la alegría:


Defender la alegría como una trinchera 

defenderla del escándalo y la rutina 
de la miseria y los miserables 
de las ausencias transitorias 
y las definitivas

defender la alegría como un principio 

defenderla del pasmo y las pesadillas 
de los neutrales y de los neutrones 
de las dulces infamias 
y los graves diagnósticos

defender la alegría como una bandera 

defenderla del rayo y la melancolía 
de los ingenuos y de los canallas 
de la retórica y los paros cardiacos 
de las endemias y las academias

defender la alegría como un destino 

defenderla del fuego y de los bomberos 
de los suicidas y los homicidas 
de las vacaciones y del agobio 
de la obligación de estar alegres

defender la alegría como una certeza 

defenderla del óxido y la roña 
de la famosa pátina del tiempo 
del relente y del oportunismo 
de los proxenetas de la risa

defender la alegría como un derecho 

defenderla de dios y del invierno 
de las mayúsculas y de la muerte 
de los apellidos y las lástimas 
del azar 
                  y también de la alegría



viernes, 23 de noviembre de 2012

A Lope, en su 450 aniversario

Traigo aquí un post viejo, recordando a Lope, hoy me encontrado en el Facebook de la Biblioteca y me ha apetecido volver a traerlo aquí.

martes, 22 de mayo de 2007


Los martes, poesía

Hoy no tengo ganas de ser yo, estoy cansada de mí. Es un día para recurrir a los clásicos y hablar del amor, que dicen que mueve el mundo. Así que que ahí va un soneto de Lope:

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
Áspero, tierno, liberal, esquivo,
Alentado, mortal, difunto, vivo,
Leal, traidor, cobarde y animoso;

No hallar fuera del bien centro y reposo,
Mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
Enojado, valiente, fugitivo
Satisfecho, ofendido, receloso;

Huir el rostro al claro desengaño;
Beber veneno por licor suave,
Olvidar el provecho, amar el daño;

Creer que un cielo en un infierno cabe,
Dar la vida y el alma a un desengaño
Esto es amor, quién lo probó lo sabe.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Lloviembre

Lloviembre 
de lluvia,
de llanto y de tristura. 
De tiempo que acaba,
de día corto
y obscuro.
De nada diluyendose
en la lluvia
o en el llanto
Lloviembre de lo pasado,
de lo acabado, 
de lo muerto...
Lloviembre 
de las fuerzas que huyen,
y del silencio
que gana.

Por ahora. 

viernes, 9 de noviembre de 2012

El Hospital de la Princesa

Llevo treinta y cuatro años en Madrid y tengo bastante buena salud, así que no conozco muchos hospitales. Pero a la Princesa he ido bastante, para mi media de visita a hospitales. Fui alrededor una decena de veces cuando F. vivía sus años finales, con su insuficiencia respiratoria severa a cuestas. Ya entonces, quizás en los últimos años 90 o al inicio del cambio de milenio, yo me maravillaba de leer en sus tablones de anuncio los muchos premios a la calidad de asistencia sanitaria que acumulaba este edificio no muy moderno y algo destartalado. Era evidente que la excelencia estaba "en el interior", que era la excelencia de sus profesionales y de su medio ambiente de eficiencia, que estoy segura que es algo que se traslada en las moléculas del aire: si ves que médicos y enfermeras hacen su trabajo con toda su alma, tu terminas barriendo con toda tu alma, o haciendo tu trabajo de auxiliar administrativo a la perfección y ese germen de calidad crece y crece y lo inunda todo.
Algunos años después, cuando un terrible 11-M mi compañera I. y yo salimos a la calle desde la Biblioteca a ver cómo podíamos ayudar a los cientos de heridos que produjo aquella locura de los atentados a los trenes en Atocha,  nos dirigimos sin dudar fue a la Princesa; y acertamos porque allí, a pesar del desconcierto que reinaba en toda la herida y golpeada ciudad, hubo quien nos orientó hacia donde podíamos acudir.
La última vez ha sido hace menos de un año, cuando a C. el SUMMA se la llevó a la Princesa (¡felizmente!) y permaneció ingresada allí más de 20 días. La misma tarde de su accidente yo me acerqué a verla, absolutamente noqueada por el miedo a lo que me podría encontrar. Recuerdo que tras preguntar su habitación y debido a mi aturdimiento me olvidé del número de ésta en solo dos pasos. Volví atrás y formulé de nuevo la pregunta, pidiendo excusas por mi nerviosismo. Y me lo volvieron a decir con una sonrisa de comprensión y empatía que vale tanto como un tratado de psicología, como un manual de atención al público en situaciones de estrés.
Es verdad que C. se puso bien y que se pasa el tiempo diciendo que a ella la ha salvado el hospital de La Princesa y su genial equipo de la unidad de ictus, y que no pasa ni un día que baje a Madrid que no se acerque a verlo o a llevarle bombones. Pero en mi rechazo al cierre de este hospital (o la conversión en hospital de mayores) hay mucho más, una tristeza infinita de comprobar que en mi país la eficacia, la eficiencia, la profesionalidad, no cuentan nada, no tiene ningún peso a la hora de diseñar el futuro. Es más, cuando algo destaca por que es útil y bello (kalós kai agazós o), siempre hay un iluminado que decide que ya vale de excelencia, y decreta que volvamos todos a la misma grisura al mismo magma sin nombre.
¡No al cierre o reconversión de La Princesa!

sábado, 20 de octubre de 2012

Libros en vacaciones

Nos fuimos hacia Almeria, al camping Los Escullos cerca de San José el día 28 de septiembre, y a pesar de ir por Murcia apenas nos llovió, cuando llegamos aún pudimos darnos un bañito en la playa de los Arcos. Al día siguiente si que llovió a gusto, pero leer en el bungalow es también una una buena manera de pasar las vacaciones.
Hemos estado allí hasta el lunes 8 de octubre y en general hemos tenido un tiempo magnífico y hemos disfrutado a fondo de las playas (Cala Carbón, la de los Arcos, Monsul, Los Genoveses) y de la comida (vuelvo a recomendaros La Gallineta, en el Pozo de los frailes), así como del relajo de vivir sin preocupaciones.
Así da bastante tiempo a leer, ya antes de salir de Madrid había leído Un ángel impuro, de la serie africana de Mankell, que narra la vida de Hanna, una sueca que camino de Australia se casa y enviuda y recala en Lorenço Marques, como dueña de un gran prostíbulo. La novela, como Los ojos del leopardo o Tea Bag, describe muy bien la tensión entre los africanos y sus colonizadores y el tremendo miedo que subyace debajo de esa agresividad.
Mientras llovía en Los Escullos leí de una recopilación de narraciones cortas de Empar Moliner, de quien no había leído nada y que me gustó bastante, se llama No hay terceras personas, y son relatos que hablan de la miseria intelectual y de la real, de las trampas de nuestra era y de seres humanos que se pelean en un torpe combate contra ellas. Este libro es regalo de F., riojano-catalán- madrileño y compañero de fatigas en la biblioteca. A continuación me "bebí", como me suele suceder con las novelas negras, y especialmente con las de Asa Larson, Cuando acabe tu ira, en la que me ha gustado el vagabundeo postmortem de la asesinada y su relación con la tía abuela, se la dejé después a L. y ella también se enganchó de la historia.
Por último, y por indicación de L., me leí Todas las criaturas grandes y pequeñas, de James Herriot, que al parecer es una novela autobiográfica sobre los inicios de su carrera como veterinario en el condado de Yorky que relata con humor la dureza de la profesión, más allá de idealizaciones literarias.

Tras la vuelta, todavía de vacaciones, he estado en el Hayedo de la Pedrosa, el puerto de La Quesera, y de vuelta hemos descubierto el alto Jarama, con el embalse de el Vado y también la existencia cerca del pueblo de Retiendas de un Monasterio casi derruido, el monasterio de Bonaval, que merecería que algún mecenas se dedicara a recuperarlo.
En esta semana previa a la vuelta a la rutina estoy leyendo una obra de divulgación sobre tipografía Es mi tipo, de Simón Garfield, que me recomendó F.B. y que es una obra muy entretenida y con información muy interesante sobre las fuentes tipográficas, ese mundo desconocido para el común de los mortales antes de la generalización de los ordenadores.
Alterno la lectura de esta obra con Nos compramos un zoo, una sugerencia de mi hermana M., que siempre suele acertar. Es de Benjamín Mee y aún no puedo decir mucho sobre ella, porque no he hecho más que empezarla.
Y bien, en este fin de semana sufro un anticipo del síndrome postvacacional y pienso como contar aquí una historia hilarante que me contó F. mi peluquera, una chica marroquí de "casi 40 años" cuando llegó a España con 20 años. Aunque mejor os lo cuento en directo, intentando copiar sus gestos e imitar su gracioso modo    de hablar el español.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La vida

Tengo ya dicho muchas veces que no creo que cumplir años aclare nada respecto a lo que es la vida y para qué sirve. Todo lo más los años te sirven para aceptar ese "no saber para qué, ni cómo ni por dónde" e intentar sacarle el mayor provecho a lo que, a estás alturas, tienes claro que es un bien menguante.
La supuesta madurez para mi es una leyenda y me temo que la supuesta serenidad no es más que un apaciguamiento casi fisiológico, de células que con el paso del tiempo, "ya no son lo que eran".
Tengo una amiga, sin embargo, AS, como a ella le gusta abreviarse, que con la caída de los años le ha dado por preguntarse cosas y está en una etapa curiosa de su vida, en cierto modo como una adolescente, sin verdades presupuestas y abierta a toda explicación trascendente. A mi me sorprende, mi poca o mucha inteligencia ha sido siempre práctica, aprendo las cosas haciéndolas y el impulso hacia la acción es mi primer rasgo.
Por eso siento la necesidad de recordarle a A. que vivir es tan hermoso como ella ha descrito en sus poemas, por si esa búsqueda de lo infinito duele, que a mi me parece que debe doler.
Hay mucho dolor sobre la tierra, dolor de carne, sangre, hueso y entraña, mucho más del que debería y creo  que hay que ser cuidadoso con los dolores metafísicos: no digo que no duelan, digo que el fuego quema y el hierro destroza la carne antes que las almas.
En fin, es una manera de decir que en un mundo que arde y se deshace, el dolor propio es en cierto modo secundario.
A,  ahí te dejo tu poema, que es un canto a la vida sin paliativos:


SI VINIERA LA DAMA DE LA MUERTE

Si viniera por mí la oscura dama,
la oscura Dama de la Muerte,

si viniera esta noche,
o alguna noche de éstas
-como vendrá, sin duda, alguna noche-,

saldría a recibirla a los umbrales,
la invitaría a que pasara dentro,
le ofrecería el pan,
la sal, el agua fresca,

y con amor y miedo
pediría a la oscura Madre Muerte
un trocito de tiempo, apenas nada,

tan sólo el necesario
para sentarme a solas
-tal vez en la ventana,
mirando hacia los cielos-
y recogerme un poco,
para maravillarme una vez más.

Para maravillarme de estar viva,
de ser consciente de estar viva,
de ser, sencillamente, y de saberlo.

De hacer parte de un mundo donde hay cosas,
un mundo donde existen

las piedras, las montañas, los caminos,
las nubes de algodón, los arrayanes,
los cines de verano, las leyendas,
las estrellas, la luz, los animales,
los pasteles, las pizzas, los helados,
la gente...

Un mundo donde hay gente, Dios bendito.
¿Será posible que haya gente?
¿Será posible que haya tanta gente,
que yo misma sea gente, que yo sea
una mujer en medio de este mundo?

¿Que haya nacido entre la gente,
que haya corrido libre,
que haya crecido amada,
que haya tenido hombres,
que haya parido hijos,
que haya visto belleza,
que haya llorado a veces?

¿De dónde a mí tanta riqueza?
¿De dónde a mí tanta abundancia?

Sufrimiento, alegría,
abyección, inocencia,
maldad, bondad, justicia,
salud, dolor, olvido…

¿Qué importan los matices
ante el hecho desnudo
de ser, de haber vivido?

Criatura entre criaturas,
pedazo de planeta,
hija de las estrellas,
corazón de los astros,
madre del universo
que habita en mis adentros,

amada de los dioses,
semilla de futuro,
eslabón de cadena,
sede de la consciencia,

nacida de la tierra,
ungida por los cielos,
portal de lo sagrado,
bendita entre benditas

por ser, por haber sido,
y por haber llegado
-una noche de noches-
al punto del encuentro.

Y por seguir viaje
-con amor y con miedo-
a través de la muerte.

domingo, 8 de julio de 2012

Casa de las Titas

Siempre soñando con escribir e inventar mundos y hasta me cuesta describir tiempos pasados. La Casa de las Titas existió, aún existe en Pedregalejo, en la calle Vicente Espinel, que es una calle con una cuesta endiablada por cuyas aceras escalonadas nos tirábamos a tumba abierta para ir a la tiendecilla que había abajo o para correr hacia la playa, pastoreados por mi tía Maruchi, que tenía el valor reconocido de llevarnos a los ocho hermanos a la playa, y sobre todo, de cruzar la "terrible" carretera que separaba su casa de la arena, además de las vías del tren.
Los hermanos de mi padre eran 8 (más 5 más que murieron de chiquititos), pero solo uno era varón, mi tío Aurelio, las demás eran todas chicas, de las cuales sólo mi tía Isabel se casó, las otras cinco eran solteras y vivieron con mi abuela Teresa hasta que murió y luego se quedaron a vivir en la casa de Vicente Espinel, que todavía existe, pero que ya no es ni sombra de lo que era.
La casa tenia un pequeño jardín delantero con un parterre romboidal en el centro con un árbol de hibisco rosa (que en Málaga llaman Pacífico) y con cuatro parterres perimetrales. Al cruzar la puerta de madera (partida por la mitad longitudinal y transversalmente) entrabas en un pasillo o antesala, a la derecha quedaba el cuarto de Tita Tere y Tita Maruchi y a la izquierda el cuarto de la Abuela mientras vivió y luego una salita donde estaba el tocadisco. Luego había una sala de estar grande con una mesa redonda y a la derecha una puerta daba entrada a la cocina, larga y estrecha y con fregaderos de granito, me parece. 
A la izquierda estaba el dormitorio de Tita Lola, Tita Pilar y Tita Victoria y al fondo el de Tito Aurelio y cuando esté se casó, se instaló un baño al que no había que acceder por la terraza, como ocurria con el originalmente existente.
Por que la casa tenía una magnifica terraza, a la que se abría la sala de estar bajando un escaloncito que servir para intentar sentar y calmar a mis hermanos y a mi tras un día de playa y de juegos en el terreno mágico que había más allá de la terraza, tras el aseo obligatorio y controlado firmemente por Tita Maruchi. 
La terraza era su reino, a su alrededor muchas de plantas en macetas: geranios, aspidistras, helechos y por la parte frontal un seto de celestina y dama de noche. La terraza tenía un toldo plegable que la convertía en un lugar fresco y agradable y que además, más que fregar se regaba.
Bajando unas escaleras de ladrillo visto a la izquierda se bajaba al terreno, primero a un bancal intermedio y finalmente a la parte más baja, donde había un pozo excavado en el suelo y tapado con una puerta metálica a la izquierda y una higuera a la derecha, además de un manzano. Hacia el fondo estaba la caseta semiderruida donde se guardaban muebles y trastos viejos y que nos producía cierto temor. Pero delante había un árbol, no sé de que tipo, en cuyas ramas había un columpio y yo jugaba a ser Pinito del Oro, que era una trapecista de aquellos tiempos.
Arriba, en la casa, cada tía tenía su función: Tita Tere trabajaba fuera y era la única que aportaba algún dinero y por lo tanto estaba exenta de tareas domésticas, era guapa y graciosa, pero un poco "rejoía" como se decía en Málaga. Tita Lola es la que hacía la compra diaria, además de enseñar a leer, escribir y rezar a todos los sobrinos (a mi hasta tres y cuatro veces, no sé si era la dislexia o un auténtico desinterés). Tita Pilar cocinaba, y lo hacía muy bien con los pocos medios que había en aquellos años. Tita Maruchi era el cuerpo de casa, barría, limpiaba, nos refregaba a nosotros y nos llevaba a la playa.
Tita Victoria no recuerdo que hiciera nada especial en casa, era un verso libre, hacía deporte con la Sección Femenina y salía con los amigos, era simpática y tenía un aire diferente a las otras. Mis tías vivieron la guerra y fueron solteras en la Andalucía de la segunda mitad del siglo XX, y cumplieron con gran parte de los tópicos de esas circunstancias. Menos Tita Victoria, que se puso el mundo por montera y se fue a trabajar a Francia, a París y vivió allí su vida hasta la jubilación. Mi tía Victoria no fue una rebelde, ella aceptaba aparentemente todas las convenciones, pero mantenía una actitud crítica y socarrona sobre casi todo, se reservaba su opinión cuando lo creía conveniente y cuando no, la expresaba en forma contundente. 
Con mis hermanos mayores, con Vimy, Javier, con Maite y conmigo tuvo un trato estupendo, aunque creo que su preferida era Maite sin ninguna duda. Yo la adoraba, para mí era guapísima y listísima y simpatiquisima y tenía más mundo que nadie. Yo le debía de hacer gracia con mi torpeza y mis salidas y para mi era la más querida de mis queridas tías. Me gustaría poder describir su voz, que era dulce y tenía un deje precioso, además de una sorna importante y que aún conservaba cuando la vi hace cuatro años, a sus 84 primaveras.
De todas mis tías, es la única superviviente hoy, de vuelta de su recorrido vital, y según comentan está perdiendo la cabeza (dicen que porque habla con la tele, ¡como si eso no lo hiciera hoy en día casi todo el mundo!) y el "sanedrín" de mis hermanos estudia la manera de ayudarla. Yo siento que ella no va a dejar que la ayudemos de ninguna manera, sino que hará como siempre su santa voluntad y que la única manera de ayudarla es convencerla de que se está mejor mal acompañada que sola, y no sé si lo vamos a conseguir

domingo, 10 de junio de 2012

Sobre las prohibiciones y otras dificultades

La generación posterior a la constitución de 1978 no entiende muy bien cómo era la vida antes de ésta. Llevados por la idea de falta de permisividad y el afán de prohibir, extraen conclusiones radicales y erróneas. Esta anécdota puede servir de ejemplo: comentando que en los primeros años 70 estudié filología catalana dentro del programa de la licenciatura en lenguas románicas, una persona entre mis oyentes expresó sus dudas al respecto, "porque el catalán estaba prohibido". 
Esta afirmación es tan rotunda que por fuerza resulta excesiva. Ni las cosas eran iguales en los años 40 que en los 70, ni la prohibición podía afectar a la desaparición de la lengua catalana dentro del esquema de las lenguas romances. Los que vivimos esa época, aunque seamos conscientes sólo a partir de mitad de los años 60, sabemos que todo era mucho más sutil, las prohibiciones existían, pero también cierto modo de triunfo del engaño y la mentira que eran mucho más ponzoñoso. Existían innumerables artículos de opinión sobre la lengua catalana que pretendían rebajar su importancia, quitándole su categoría de lengua de cultura y reduciéndola a lengua familiar y de aldea. Claro que esa maniobra poco inteligente sólo sirvió para la contrario que pretendía.
Porque otra cosa olvidan los que no vivieron la época, y es la resistencia, ya fuese callada o manifiesta, que todos planteábamos tanto a las prohibiciones abiertas como a los mensajes más o menos subliminales. Estábamos alerta, es decir con los sentidos despiertos y el sentido crítico aguzado (a veces hasta demasiado) porque sabíamos que la dictadura se nutre de pensamiento único y adhesiones incondicionales.
Yo ahora no sé si los pueblos también envejecen o es que la educación ha empeorado tanto que se ha olvidado de lo que es más importante, pensar por uno mismo.

domingo, 3 de junio de 2012

"Oh Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor”

Hace unos días le decía esta frase a J.L., en relación con tantos españoles que hacen bien las cosas en esta tremenda crisis: empresarios honrados, funcionarios esforzados, médicos y educadores que luchan por no rebajar un ápice la idea que tienen sobre lo público, o simple y llanamente, sobre la verdad, que como decía Cervantes "anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua".
No solo yo recuerdo estas palabras y lo que encierran, son muchos los que lo hacen y entre ellos y en letras de molde, un periodista de "El Pais", José Juan Toharia: "Si oviesse buen señor"
Os dejo que lo leáis, buena tarde de domingo de nubes y sol, y de lectura.

sábado, 2 de junio de 2012

Pirracas y el café molido

Mi gata Pirracas se me murió el 2 de marzo pasado y la verdad es que la añoro bastante, a pesar de que tengo otra gata más y dos perros y que no tengo demasiado tiempo para nada que no sea trabajar. 
A pesar de esto, la recuerdo cada vez que, al preparar el desayuno, un poco del café molido cae al suelo. Porque a Pirra le encantaba comérselo, igual que le gustaba acurrucarse en tu regazo, y se negaba a dejarte mover. Su ronroneo era escandaloso y también su mal carácter: no he visto a ningún gato bufar de forma más violenta y convencida. 
Cuando preparaba la tesis en verano, trabajaba en el jardín y metía en una caja los documentos que tenía que revisar, y ese era el sitio elegido para mi gata especial para acurrucarse. Aunque siempre encontraba el sitio más fresco en verano y el más calentito en invierno.



Los gatos son siempre independientes, pero Pirra era dependiente malhumorada, pero nunca quiso mezclarse con los perros, sólo con dos humanos, P. y yo.
Era especial, como lo son todos los animales y, como no, todos los humanos. Eso se nos olvida, lo únicos que son todos los humanos y todos los seres vivos en general y lo que eso significa en cuanto al valor que tiene en el conjunto ese "ser especial". Si fuésemos conscientes de esto, seguro que valoraríamos a todos y cada uno de los pobladores de este viejo mundo.
Y lo peor es que son mayoría los que solo se consideran especiales a si mismos.

sábado, 12 de mayo de 2012

Grecia en el corazón, de mi amiga Amelia

Esta noche del 12 M, quiero traer esta poesía de mi amiga Amelia, cogida sin permiso, espero que no le importe

"Dondequiera que voy
Grecia me hiere."
(Yorgos Seferis)

Se puede quebrar un país 
como se quiebra un corazón,
como se triza,
en su fragilidad,
un cristal.

Se puede
acorralar a su gente,
ahogar sus sueños,
rasgar
el hermoso tejido de su alma.

Grecia de la semilla
y del origen,
Grecia de nuestro ser,
Grecia nosotros,

fragmentada
por nuestra negativa
a ser 
aquéllo
que inevitablemente
somos.

A.S.

sábado, 5 de mayo de 2012

Le droit de se contredire et le droit de s'en aller

¡A.B., por fin lo encontré, ya sé quién formuló dos derechos humanos olvidados en todos las enumeraciones de éstos!. Fue Baudelaire quien consideró un olvido imperdonable el no contar con esos derechos inalienables, el derecho a contradecirse a uno mismo y el de irse.
Con toda seguridad muchas gentes ven en este derecho cierta liviandad de carácter, mucha incoherencia y falta de firmeza. Pero la contradicción es nuestra esencia, o al menos parte de ella tanto como la ratificación o la confirmación.
El pasado día 26, en el ciclo de conferencias de la Biblioteca Nacional de España de El libro como universo, en la conferencia de Enrique Vila Matas, le oí contar una experiencia similar a la mía: la búsqueda desesperada de la fuente o el autor de esos derechos olvidados, que como yo había conocido remotamente y ahora era incapaz de recuperar.
Igual me sucedió a mí, creo que leí sobre eso en mi adolescencia, pensaba quizás que en la obra "Los signos en rotación" de Octavio Paz; pero por más que busqué y pregunté, no había logrado encontrarlo hasta hace muy poco.
Recuerdo que a mis 20 años considerada la enunciación de estos derechos como absolutamente necesaria. Hoy día, cuando el tiempo y la artrosis anímica han agarrotado incluso ese natural instinto, encuentro que no es imprescindible la pública declaración de tantos derechos... Los derechos se ganan a base de responsabilidad y de concedérselos a uno mismo. 
He buscado estos derechos ya en época muy reciente, en pleno desarrollo de las búsquedas en Internet, que realmente ha hecho posible encontrarlo casi todo. Aún así, siempre hasta ahora había fracasado en este empeño. Parecía como si el olvido escondiera esta manía recurrente de mi vida, como si Baudelaire me huyera muerto de risa. 
¿Y donde irán nuestros recuerdos, ahora que todo lo confiamos a la existencia electrónica, si no sabemos guardar toda esa información que está en línea?. El patrimonio intelectual y cultural electrónico debe custodiarse, esta es una verdad tan evidente como lo caro que resulta y los problemas que conlleva, y hace que veamos en Internet Archive nuestra salvación, para escapar de ese mundo del Mañana-Mañana del que hablaban los niños perdido en Mad Max más allá de cúpula del trueno

miércoles, 2 de mayo de 2012

El sarcófago de Menkaura

El primero de mayo ha dado un poco más de sí que los días anteriores, a pesar del temible resfriado y los molestos dolores musculares que lo acompañan, pues me ha permitido leer de un tirón la novela de Gonzalo, nuestro compañero de Automatización.
Es una novela muy entretenida en la que se mezclan con bastante acierto realidad y ficción, como Gonzalo pretendía según menciona al final de la obra. Hay mucho de él en esta historia, de su manía obsesiva por la perfección, de su afán de ayudar a todos, y también de su interés por los números y los enigmas. Resulta curioso ver como va entrelazando verdad y ficción y como sus personajes recuerdan a otros de carne y hueso, pero conservan siempre un punto de irrealidad.
Resulta especialmente interesante todo lo que se refiere a la construcción de las pirámide y al desciframiento de claves, así como lo bien informado que está el autor de todo lo que escribe, desde las inmersiones submarinas a la historia de Egipto y a los hallazgos arqueológicos. No es nada que no esté hoy día al alcance de quien quiera buscarlo, lo que resulta encomiable es que alguien tenga todavía deseos de conocer y de saber. Gonzalo es un decidido partidario de la razón y del conocimiento. También aprovecha para romper varias lanzas en favor de la cultura humanística, en favor del patrimonio conjunto de la humanidad, eso que está ahí, tan mezclado con nuestra vida que corre el peligro de desaparecer arrastrado por ella misma.
Es difícil juzgar la obra de alguien a quien conoces y aprecias, pero en el caso de la novela de Gonzalo, es bastante fácil, se trata de una novela muy bien estructurada, que mantiene la atención todo el tiempo y que hace creíble lo que cuenta. Después vendrán otras, y estoy segura que estamos ante un autor de largo aliento. Felicidades, Gonzalo .

sábado, 14 de abril de 2012

A Leopoldina

A Leopoldina, que yace debajo debajo de un roble en un lugar mágico, hija de una madre pasiega y un padre zamorano. A Leopoldina que nació en cuesta y pasó bastante frío, y a quien A. cuidó junto con su vecina y la veterinaria y a la que dio todo el amor de que fue capaz y todos los cuidados. A Leopoldina, a la que su madre no pudo dar todaosu calor y tampoco alimentar.
Vivió solo tres días, mi ahijada, y aunque nosotros imaginamos sus sufrimientos con una perspectiva distinta, es posible que todo haya sido una nebulosa entre el existir y el desaparecer. Su cuerpo negro, suave y blando casi no ha llegado a cobrar realidad. 
La hermosa burrita de morro blanco que iba a apadrinar se ha muerto. No sé si los animales sufren la ausencia y, por tanto, si su madre la echará de menos. Sé que A. sí la añora y la ha llorado extensamente, en un patético coro con la vecina y la veterinaria. Que la magia del lugar donde duermes te acompañe siempre, que te conviertas en el genius loci de esa casa mágica, de esa tierra mágica, que nunca vi, tan cerca del mar, tan cerca de la montaña.

jueves, 5 de abril de 2012

La speranza que delude sempre

Los malagueños, aun los más descreídos, sabemos lo que significa una tarde lluviosa de Jueves Santo, la incertidumbre de si podrán o no salir los pasos, y en particular si podrá salir la Virgen de la Esperanza, el último paso del día más grande de nuestra Semana Santa. Porque esta tarde noche salen la Virgen de la Paz, el Jesús Nazareno y la Soledad de Viñeros, el Cristo de la Buena Muerte y la Soledad de Mena, Jesús de la Misericordia y Ntra Señora del Gran Poder, el Cristo de los Milagros y la Amargura de Zamarrilla... Y al final, la Esperanza. Y si sale la Esperanza, todos los males se achican y se puede con todo lo que venga, que no suele ser poco.
En estos tiempos en que el lujo de la Semana Santa parece un tanto fuera de lugar, es cuando más fuerza recobra el mito de la Esperanza. La speranza que delude sempre, pero que cada día se reconstruye, porque es imposible vivir sin ella. 
Y entre nubes y claros, la gente, esa gente aperreada que sufre las crisis y las levanta, se viste y se arregla para celebrar la esperanza eterna, a pesar de todo.

domingo, 1 de abril de 2012

Sol

Hace tanto tiempo que quiero al sol, desde tan pequeña... Recuerdo el olor del aceite que nos aplicaba mi madre a toda la banda de blanquitos de piel delicada en la playa, a los 6 o a los 7 o a los 8 años. Y nuestro juego permanente en la orilla o dentro del mar, con el sol calentando o quemando en el cogote y en los hombros, en la entonces agreste playa de Pedregalejo.
Y recuerdo también los dibujos que el sol componía en aire del aula del Instituto de calle Gaona con las motas de polvo, aquella que estaba arriba junto a una terraza, en ella teníamos clase con Maribel, la profesora de griego que me hizo amar le lengua y la historia de la Grecia clásica.
Y el sol cayendo verticalmente sobre las pistas de atletismo del INEF, un mayo de mucho calor, sobre los años 80 o 90, asistiendo a una competición de esas que supone 15 horas de gradas y de pruebas, con el equipo de Málaga, el CAIM, un piña de amigos discutidores y peleones.
Y tantos días de playa precoz en Málaga, en abril o mayo, esperando entre nubes ese sol que no solo calienta, sino que también hace feliz.
Muchas, muchas horas de sol en la playa, en el monte, cuidando plantas en el jardín, como esta tarde. O en invierno en la calle, andando entre sombras hasta llegar a un trocito soleado en donde el cuerpo se reconforta y el alma se expande. O pasear entre las manchas de sol de una arboleda, allá por la Sierra.
El sol es mi combustible: luz y calor. Recuerdo un grafitti del metro de Madrid, curiosamente escrito en francés: Nous sommes du soleil (una obra del grupo Yes, al parecer). Pues eso, yo también soy del sol

sábado, 24 de marzo de 2012

Dos cuchillos...

Ya hablé en otro post de Fernando Merlo y de su poema Dos cuchillos que fue interpretado por Aguaviva, aunque nunca os copié el poema, que es tan sencillo como son los grandes poemas:


Dos cuchillos en mi pecho,
uno blanco y otro negro.
¡Ayúdame!
Que el blanco se está muriendo...


Para mi ese poema ha sido siempre la representación de la lucha entre el bien y el mal en nuestro interior. Y una petición desesperada de ayuda para defender la bondad frente a la fuerza y el poderío de lo obscuro. En estos días en que parece que nos adentramos en una nueva edad obscura, este poema cobra múltiples significados y su mensaje se hace omnipresente.
Cuando el ambiente es gris, mezquino y morne, nuestro yo se empequeñece y se desmandan las pasiones mas miserables y raquíticas. Ahora que me hago algo más que mayor, me asusta convertirme en una persona preocupada por cosas nimias, triste, violenta y amarga. 
Pero la única posibilidad es luchar contra ello, refugiarse en la música de las palabras, cuidar y mimar los sueños y disfrutar de las cosas hermosas: libros, música, la aventura de pensar y descubrir la verdad. E imaginar cómo resolver nuestro futuro

sábado, 10 de marzo de 2012

Susana, Pirra y María

C. lleva más de 10 días en el hospital, con tubos en su cabeza (ella dice que parece Makoki ¿quién le conoce ahora?). La enfermedad traidora ataca en la línea de flotación que para muchos hoy es la cabeza y a C. se le confirman las certezas: vivir es la única obligación, todos los demás asuntos son tonterías. 
No sé que decirle, yo sigo sin sustos esta vida imbécil que es la nuestra y es difícil que comunique con ella, que siempre supo cuál era la vida que merecía la pena vivirse.
Mientras, Pirra, una de mis gatas, se murió: ¡cuánto duele la muerte de los bichos de uno! y Susana, nuestra compañera de siempre, libró su último combate con la enfermedad por antonomasia, el innombrable cáncer que nos diezma sin que le tiemble mínimamente el pulso.
La muerte incomprensible es supuestamente equivalente: Pirra, V., Susana. Pero María, la hija de 11 años de Susana, no entiende de equivalencias: la muerte de Susana, su madre no tiene parangón ni medida alguna: es enorme, arcana y negra y abarca su vida entera.
Susana era una joven morena con gafas (ahora sería quizás una gafapasta), que vestía a menudo minifaldas y medias de colores vivos. Tenía una sonrisa inquisitiva, es decir, amablemente preguntaba el sentido de las cosas. Hacía bien su trabajo y se reservaba el derecho a disentir o a pensar diferente. Con María tuvo siempre una conversación muy intensa e íntima, desde el mismo momento en que nació.
Estos frutos de la edad son deleznables, ver la muerte y la enfermedad asolando tu entorno. Cierto es que María y yo sabemos, nos lo dijo Susana, que luchar es nuestra esencia. Por eso vamos a seguir adelante

sábado, 28 de enero de 2012

Cruasanes

En estos días en que el trabajo ocupa tantas horas, y la luz invernal dura tan poco, los pequeños placeres diarios no abundan y es difícil encontrar momentos para dejar volar la mente y los sentidos libremente. Levantarse de madrugada, coger el autobús en la noche aun cerrada, salir del Metro, cruzar Recoletos y entrar en la rutina sin casi salir de la nada que es el sueño, se convierte en algo automático, casi reflejo.
Decido andar un poco cada mañana, bajar del Metro una parada antes de la de destino y bajar por Génova, esa calle con aires de grandeza, que no se si será todavía Barrio de Salamanca, pero que lo parece.
Y cada mañana bajo por esa calle en la que pastelerías y otros comercios mas o menos lujosos se alternan con peluquerías y quioscos de prensa. Mucha gente baja conmigo hacia Colón, oficinistas, banqueros, abogados (aquí están la Audiencia Nacional y la entrada a la plaza de las Salesas, donde esta el Tribunal Supremo), pero también suben pequeños perros de ciudad, que vuelven con sus amos de un corto paseo al césped de Castellana, luciendo esa resignación de los perros de ciudad, como la de sus acelerados dueños acosados por la crisis.
Desde que lo hago, han comenzado a asaltarme antiguas sensaciones: recién llegada a Madrid, el primer o segundo año de mi estancia aquí, yo bajaba andando desde Fernández de los Ríos, en Moncloa, y al llegar a la plaza Colón, pasando junto a la cafetería Riofrio, me inundaba el olor de los cruasanes recién hechos, uno de esos bollos que yo no recuerdo haber comido de niña, y que al llegar a la capital para mi se convirtió en el símbolo de la libertad, en forma de desayuno con cruasán a la plancha.
Eso era hace mucho tiempo, antes del abono transporte, antes del Golpe de Tejero y de la famosa Movida. Yo era otra persona, en nada me reconozco ya cuando leo lo que escribí (quizás mejor que ahora), en lo que dije, en lo que creo que pensaba. Pero me reconozco en La Ciudad no tiene fin, de Moris y en alguna otra vieja canción. Sólo una cosa más permanece, el maravillado asombro con el que me enfrento, hoy como ayer, al cielo que comienza a aclararse junto a la línea de los edificios, allá a lo lejos la silueta de la torre de la iglesia de la Concepción, con algo de filigrana o encaje sobre el cielo ya casi rosado. Y al cruzar Recoletos, ahora si, sentir la belleza de esta casa de piedra, tan hermosa y tan inmutable a la orilla de Recoletos, por siempre joven después de sus Trescientos años. Buenos días, Vieja Señora

domingo, 1 de enero de 2012

Nochevieja

Los amigos estaban cumpliendo. Los petardos sonaban cada vez más fuerte y todos los perros de los alrededores se sumaban al deconcierto. S. y yo continuamos agazapados en el parterre delantero de la casa, oyendo cada uno el castañeo de los dientes del otro. Yo sentía el miedo culpable al perro blanco, el del parche en el ojo al que había hecho ladrar cada día desde hace tantos, tirándole piedras, bolsas de Doritos y a veces rozando su hocico con el palo de latón oxidado de la fregona. 
La luz del porche delantero se enciende de repente y el "perro rata", el pequeño C. pasa rozándonos. Oigo aterrado unas pisadas lentas y veo la silueta enorme del dueño de la casa: dos metros de alto por casi uno de ancho y esa voz tan profunda que llama al perro-rata: - C., ya vale, Son solo petardos, tranquilo-
La luz se apaga y se cierran las puertas de esa casa tan calentita, en la que los perros son tan felices. S. y yo empezamos a movernos hacia al coche, esa sombra negra debajo de las columnas de la terraza... Despacio, sin hacer ruido, por que ahora los colegas han dejado de tirar petardos y la noche se deshace en un silencio previo al cambio de año. Abro aterido de miedo la puerta delantera, entro hacia el asiento del copiloto y S. se sienta en el de conductor, comenzando rápidamente la inspección. Enseguida encuentro las monedas y billetes, alrededor de 40 euros calculo, para comprar ropa, esa que me gusta y madre dice que es cara. S. abre el cubículo del copiloto en escorzo y encuentra una pantalla, ¡bien, es un navegador! Los nervios más una nueva tanda de petardos nos traicionan y vemos con horror que las lucen se vuelven a encender, y antes de pensarlo siquiera salimos corriendo con el botín, sintiendo el aliento del perro blanco con el parche negro en el ojo que tiembla de miedo, pero no llega a alcanzarnos, con el miedo poniendo alas en nuestros pies, mientras cerramos con un portazo la verja de esa casa llena de perros, gatos y gentes que tienen tantas cosas hermosas, mientras veo la sonrisa de S. entre sus ojos inundados de miedo y sombra