domingo, 27 de julio de 2008

Libros cómplices

Hoy A. me ha traído un regalo por mi santo, un libro que ya he leído, pero que me alegra mucho que el también haya leído. A. es mi sobrino y comenzó sus veinte años hace muy poco. El libro en cuestión es Los girasoles ciegos, del que creo haber hablado aquí y que me impresionó mucho hace ya algunos meses. Me aterra ahora el hecho de que esté a punto de estrenarse la película: puede ser tan terriblemente lacrimógena como para hacer a su autor revolverse en la tumba.
Sé poco de su autor, solo que fue de los que perdieron la guerra de una forma supuestamente incruenta, pero hermosamente latente. Las historias de los derrotados permanecieron en él, que fue avanzando con el país y con su olvido necesario, sin dejar por ello de sentir las historias terribles de forma oculta y subterránea, con enorme dignidad.
Es esa dignidad la que temo que este en entredicho con la película. Me imagino una catarsis de sala de cine que no añade nada a las cuatro historias que narra este libro, tan hermosamente tremendas.
Cuando dije ayer que no sabía que futuro nos espera, pensando en nuestros niños, no me refería a A. Él sabe que para oírnos a todos los que vivimos antes que él tiene los libros y tiene el oído muy atento.

sábado, 26 de julio de 2008

Ser mayor

Yo he nacido en una familia de ocho hermanos y siempre he estado rodeada de niños y en general a lo largo de toda mi vida no he sentido la mística de la belleza y la bondad de los niños, sino más bien un cierto escepticismo respecto a esos sentimientos: los niños pueden ser muy coñazos, y desde luego no me gustan todos los niños, así como no me gustan todos los mayores.
Pero me hago mayor. Eso quiere decir que a esa actitud de siempre se añade otros sentimientos, algunos de extrañeza ante el mundo que vendrá, vistos sus niños. También me doy cuenta que aunque yo no hago literatura con los niños, en general a ellos les atraigo, quizás porque les choque muchos rasgos de esta mayorzona.
Mi hermana me digo un día que hacerse mayor era darse cuenta de que no había días especiales, o días en los que eras el protagonista absoluto. Yo sigo sin saber qué es ser mayor, y creo que algo semejante le pasa a la sociedad individualista occidental. Nos pasamos la vida mirándonos el ombligo, colocados en el centro de un universo estéril y solitario, encerrados con un único juguete. Oyéndonos respirar hasta la enfermedad.
Cuando se habla de los artistas medievales, que no firman sus obras, que las hacen en nombre de muchos y con un fin general, están hablando de sociedades que aún existen hoy en las que el "yo" se disuelve en el grupo (la familia, la religión, el pueblo). No sé decir si se trata de gentes más felices, sí que tengo la sensación de que yo he sido más feliz siempre que me olvidaba un poco de mí misma.
Este desvarío veraniego se debe a una cena con mis compañeros de gimnasia (en realidad soy ex-alumna, no voy hace meses). En ella hemos hablado mucho del espacio propio, de crecimiento personal y otros mitos de esta época, quizás porque una de nuestras compañeras está trabajando como personal coaching. Noto que me hago mayor porque siento cierto rechazo a las mil técnicas que se centrar en el individuo y se olvidan del resto, del espacio de las demás personas, de los animales y de la propia naturaleza.
Siento que esta forma de ser es un eterno cliché adolescente y que perpetua una infancia del mundo que no se si podemos permitirnos, hay demasiadas cosas serias en juego y creo que ha llegado el momento de ser mayor