lunes, 5 de junio de 2017

Amores que matan y otros asesinos más lentos




Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren

Eso canta Joaquín Sabina en Amores que matan, refiriéndose a una experiencia de amour fou del que casi todos tenemos una historia más o menos intensa, más o menos dramática, más o menos querida o destructora...

Los hombres son especialmente sensibles a este tipo de leyenda, entre otras cosas porque suelen ser, ¿cómo no?, los vencedores de este combate entre la razón y la pasión. No tengo estadísticas, pero mi experiencia me dice que en general son las mujeres las perdedoras, las que mueren o se quedan enganchadas de por vida a un amor que con el tiempo se vuelve pueril e irreal y las deja sentadas al borde de un camino, sin más vida que la del otro.

La pasión es un componente necesario de la vida, es cierto, pero en algunos casos, lo que estaba previsto para durar hasta que la ternura tome el relevo y la vida y la especie se renueven, se convierte en una fuerza destructora real, no metafórica como en esta canción, sino de violencia soterrada o abierta. El amor está fuera de este juego, es otra cosa que incluye esa necesidad del otro y ese "morirse si te mueres", pero que permite finalmente vivir y dejar vivir. 

Pero en muchas vidas  estos amores que matan son sin duda de esos recuerdos que te acompañan para siempre, como los errores cometidos y la lágrimas vertidas inútilmente. El gran Sabina lo cuenta como siempre muy bien, y nos hace añorar esos momentos en los que el otro era tan nosotros mismos que no imaginábamos poder respirar  sin su latido. 

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