sábado, 28 de mayo de 2011

La vida en un semáforo

En medio del tráfico de un sábado de mayo, en el cruce de José Abascal con Castellana, dos chicos se ponen enfrente de los coches y realizan una representación mágica, en la que los gestos y los movimientos y una bola de cristal transparente nos transportan a otra dimensión más amable.
Después, el semáforo se abre y los dos personajes desaparecen y los conductores de los coches apenas pueden responder a esos instantes de tiempo suspendido con unas pocas monedas que ayuden a esas perdonas luminosas.
"Lo hacen por amor al arte", dice P. para consolarme de mi falta de reflejos para buscar esas monedas. No, lo hacen para vivir, para ganarse la vida de este modo nada fácil, a salto de mata.
Los tiempos son difíciles, hay mucha gente haciendo trabajos penosos, duros, o cobrando poco, mal y nunca. Pero en los ojos de estas dos personas había una luz distinta, que jugaba con la de la pequeña bola de cristal. Puedes ganarte el pan con el sudor de tu frente, pero esos tipos del semáforo transmitían su luz a los que miraban y el aire se detenía mientras el semáforo cambiaba a verde.

lunes, 16 de mayo de 2011

Gente mayor y transparente

Envejecer, como ya he dicho algunas veces, no equivale necesariamente a adquirir dignidad. Desde luego, tampoco cumplir años ayuda mucho generalmente a conseguir un mejor aspecto.
Aun así, hay personas, en especial mujeres, que con los años adquieren una fragilidad y un aspecto transparente que las hace merecedoras de una ternura especial, diferente a la que despierta, por ejemplo, la infancia.
Puede deberse al cabello blanco y "espumoso" o quizás al tinte especial de la piel de estos mayores, pero sobre todo, es la sensación de liviandad del esqueleto entero, esa mezcla de inestabilidad de volatilidad, de ausencia de peso y de fuerza sobre el suelo.Así he visto yo a Ana María Matute estas semanas pasadas en las celebraciones de su premio Cervantes: blanca, trasparente, flotando en su silla de ruedas. De esta autora tenía sólo el recuerdo de su gran obra Olvidado rey Gudú, que consiguió atraparme a pesar de mi resistencia a la narración fantástica, a los cuentos. A raíz de este premio he leído Aranmanoth, que para mi es el heredero de los cuentos tal y como se contaban antes, cuando todavía había tiempo para esas cosas. Junto con otras obras muy diversas tengo otra obra suya, La torre vigía, que estoy leyendo a salto de mata, entre lecturas técnicas y otras novelas.
La Matute es de una especie de mujeres que ya no se fabrica, pero además es el exponente de un tiempo en que imaginar, leer, escribir, eran parte de nuestra vida mucho más que lo son ahora.
Recuerdo los cuentos que inventaba mi madre o los que incluso escribía mi hermana a mis sobrinos (La "a" perdida era uno contaba la imposibilidad de nombras las cosas más comunes y hermosas debido a la pérdida de dicha vocal); incluso recuerdo algunas sagas inventadas por mi para entretener a mi prima...
Pero no era yo, seguro, esa que usaba su tiempo para divertir a alguien o que dedicaba a sus amigos gran parte de su día y casi todos sus pensamientos. Hoy no tengo una sonrisa ni para los muy amados, y el tiempo es una cosa helada que trascurre con velocidad demoníaca. Leer es la mayor parte de las veces un ejercicio disciplinario no apetecido y escribir es un tormento, el tormento de la palabra huida y el término no hallado y sobre todo de la frase que se queda en suspenso, rompiendo la rotunda redondez de la lógica del discurso.
A veces se diría que esta vida no es una vida digna de tal nombre, sino un ejercicio de esfuerzo baldío "el inútil combate". Pero también a veces la idea y el corazón se juntan y se inventan una realidad más real y más plena que la del mundo real. Y entonces vuelve a ser una hermosa historia.