domingo, 25 de abril de 2010

Lectora exótica

Como buena lectora exótica, mi última lectura es una novela de un islandés, Arnaldur Indriason, y se llama La voz. La novela promete más que cumple, porque hay en su planteamiento inicial algunas hermosas y sombrías historias, como la de la desaparición del hermano del detective o el esbozo del carácter de su hija, pero la trama en su conjunto no convence y para mí la resolución del enigma es un poco forzada. A pesar de todo me ha gustado leerla, me ha hecho conocer cosas de ese país como que los patronímicos masculinos terminar en -son y todos los femeninos en -dottir y lo he terminado en el mismo fin de semana (el pasado) en que el la nube provocada por el volcán de nombre impronunciable: Eyjafjallajökull.
Ahora he empezado a leer una nueva obra de Mankell en inglés, The italian shoes, pero es pronto para hacer cualquier tipo de juicio sobre ella, apenas la he empezado.
Este sábado hemos tenido jornada de puertas abiertas y he disfrutado contando a los visitantes cosas sobre nuestro Salón General y sobre todo, sobre el Depósito general de libros, que guarda cierto rastro de su antiguo esplendor, cuando fue creado por Bernardo Asins y Serralta en 1892, a pesar de algunos añadidos no demasiado acertados. El patio cubierto al que da el Depósito general es una de las cosas mejor conseguidas por la reforma, es un lugar al parecer bastante incomodo para trabajar (imposible de calentar e iluminar en invierno, entre otras cosas), pero la luz que atraviesa su cubierta de cristal espejea en sus altos muros y produce al levantar la vista una enorme sensación de paz.
Paz muy necesaria cuando la calle está revuelta y se sacan a pasear unos y otros muertos, sin dejarlos descansar en paz. Tendremos que darle ya tierra a todos, y devolverle a algunos la dignidad que le robó una victoria muy larga. No hay que tener miedo a la verdad.


domingo, 4 de abril de 2010

Una poesía para el próximo día 24 de abril

Dedicada a Charo, que me la envió por correo hace unos años:

Elogio de los libros

Por la descripción del paraíso, y la ceguera de Tobías y por el viaje
de Jonás alojado en el vientre de una ballena.
Por las aventuras de Ulises a través de un mar color de vino y por la
explicación de sus hazañas hasta que pudo regresar a Ítaca.
Por las enseñanzas de Virgilio acerca del tiempo que nos huye,
irremediable, y, cómo no, por las de Horacio, que nos animó a
disfrutar del momento que pasa y a llevar una vida retirada y
modesta.
Por los jardines y fuentes de los versos arábigos, porque evocan la
pérdida del inmenso desierto.
Por la flor del cerezo y la luna y el río, y por los pabellones y por las
batallas que cantan los poemas de los clásicos chinos.
Por el amor que ha abierto las murallas de todos los castillos de la
historia y por los trovadores que inventaron el modo de asaltarlas.
Por las coplas escritas a la muerte del padre, y las noches oscuras y la
senda escondida, y la hermosa locura que inventó Don Quijote.
Por el descenso a los infiernos donde habitan los monstruos y el
ascenso a los cielos donde viven los ángeles.
Por la busca del tiempo que creímos perdido en la patria feliz de la
infancia.
Por los cuentos de hadas y los cuentos de lobos, por su felicidad y
por su miedo.
Por los cantos oscuros de las tribus remotas, tan acordes al ritmo
con que suena la Tierra.
Por la tristeza y por el entusiasmo que se esconden detrás de las
líneas escritas por cualquier ser humano.
Por los mares del mundo: los del norte y sus sagas, los del sur y sus
islas; y los de la persecución de Moby Dick y los profundos del
Nautilus.
Por los héroes de leyenda y los seres reales porque son las dos caras
de la misma existencia.
Por las volteretas de todas las vanguardias y los sueños que inventan
con sus saltos festivos.
Y por todos los libros, incontables, que admiten recordar lo olvidado
y volver a lugares donde nunca estuvimos y vivir esas vidas que
jamás viviremos. Porque el mundo es un libro que nos lee y que
escribimos

Álvaro Valverde (2002)

Dos libros leídos al sol y al viento de abril

Estas deseadas vacaciones, seis días como seis soles, no están teniendo tan buen tiempo como ya todos necesitamos, o por lo menos no en la Sierra. Los días han sido (excepto ayer) luminosos y brillantes, pero al aire libre sopla un vientecillo bastante fresco.
Aun así, como estamos todos deseosos de sol y luz, hemos estado fuera todo lo que hemos podido, un poco ocupados en limpiar macetas y podar setos y otro poco sencilla y llanamente leyendo al sol. He leído dos libros relacionados con África, uno de ellos escrito por un sueco, Henning Mankell, el autor de la serie sobre el detective Kurt Wallander, llamado El ojo del leopardo, y otro de una autor que no conocía, un egipcio de nombre Khaled al Khamissi, cuya título Taxi, sirve de unión a una serie de relatos cortos contados por taxistas de El Cairo.
En la dos obras está África, en una de ellas Egipto, con su vida difícil su desencanto político y sus problemas se supervivencia, y más especialmente El Cairo, una gran ciudad que debe tener miles de problemas, a los que nos asomamos a través de unos personajes que son muy peculiares en cualquier sitio, los taxistas, pero que en esta ciudad son especialmente curiosos; entre otras cosas por que parece ser que hay alrededor de 80.000, porque negocian el precio y porque viven circunstancias muy exóticas, como una ley que permitía que cualquier coche antiguo se convirtiera en taxi... A pesar de la anomia política y social de estos personajes, la obra tiene un trasfondo positivo, hay varios filósofos al volante y el mensaje parece ser que la lucha por la supervivencia es dura pero hay que mantener cierta alegría y deportividad.
El ojo del leopardo es menos contemporizador y plantea un panorama más obscuro, con una violencia soterrada que a veces estalla. La historia es la de un sueco humilde que no consigue estudiar derecho, ni salvar a su amigo Sture de la parálisis ni a Jeannine, la chica sin nariz, y que queriendo hacer realidad los sueños de ésta viaja a Zambia, en busca de unos misioneros. Aterrado y atrapado por África, por una serie de casualidades se ve a cargo de una granja avícola y allí permanece 20 años, debatiéndose entre las buenas intenciones de ayuda al desarrollo y la neurosis de la desconfianza y la violencia latente.
De este libro inquietante me han gustado dos cosas especialmente, una la lógica aplastante del lenguaje de los africanos, unas respuestas tautológicas que hacen los hacen inasibles y otra la fe del protagonista de que el futuro de África está en la mujeres.
Ya sé que esto último parece un recurso fácil al feminismo, pero hay que verlo solo como una brizna de esperanza en un océano de desesperanza. No estoy segura racionalmente de que esto sea cierto, pero tengo la intuición de que eso es cierto, de que son ellas las que pueden hacer una revolución silenciosa, y sobre todo, no sangrienta.