lunes, 27 de abril de 2009

De detectives asilvestrados y poetas real-visceralistas

He terminado una "novela río", llena de historias y con una estructura narrativa muy curiosa. Se trata de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, una novela atípica de más de 600 páginas que narra las peripecias de dos poetas "real-visceralistas" y de infinidad de personajes del mundo literario y del mundo (más o menos) real: una culturista treintañera, un nazi, un fotógrafo argentino, una enfermera catalana, varias chicas de buena sociedad (judías, mexicanas y anoréxicas)... 
Y los escenarios también son miles: México DF es el central, pero en este libro está México entero, con Sonora y el desierto, y Barcelona, París, Roma, Tel Aviv, California. Y África, entera.
También entre los personajes hay dos centrales, Arturo Belano (chileno que intenta volver a su tierra cuando el golpe contra Allende) y Ulises Lima, y a su alrededor varios círculos concéntricos: Quim y sus dos hijas María y Angélica, el joven y erudito poeta García Madero, Lupe la prostituta salvada de su padrote (chulo) y la pareja de poetas Jacinto Requena y Xóchitl García. Y en este primer círculo está también Cesárea Tinajero, una presencia constantemente ausente que sirve de hilo conductor de la historia de estos dos detectives-poetas.
Hay otros círculos de personajes, con parejas y amigos de Arturo y Ulises en Barcelona, en Tel Aviv y a lo ancho de Francia y en la vendimia en el Rosellón.
El carácter, las circunstancias y los afanes de estos dos detectives van evolucionando a lo largo de la novela, de modo que los impetuosos jóvenes que buscan a la poeta Cesárea Tinajero van envejeciendo y perdiendo sus ambiciones literarias y vitales; al mismo tiempo que se muestra su deterioro físico, fruto de sus muchos excesos,  se hace una crítica feroz del panorama literario de México y de España.
El lenguaje de Bolaño está lleno de americanismos, de localismos mexicanos, pero se adapta a la clase social y las características de los personajes. Y toda la historia tiene un sentido del humor enorme, a menudo cargado de un dramatismo y una emotividad casi enfermizos. Ambos extremos están hermosamente trabados.
La estructura es especial y el término que mejor podría definirla es el adjetivo sincopada. La obra está dividida  en múltiples párrafos o apartados que siempre comienzan con el nombre del personaje y el lugar en que se desarrolla la acción (o la reflexión). Algunos apartados contienen auténticas historias completas, pero la suma de todas ellas constituye una unidad muy peculiar, que atrapa al lector como toda gran literatura.
Roberto Bolaño era chileno y murió en el 2003, justo a a los 50 años, dejó muchas novelas buenas; entre ellas Los detectives salvajes, que es un buen exponente y que recibió el Premio Herralde de novela en 1998. Como muchos de sus personajes, Bolaño debió de sufrir las desgracias de muchos sudamericanos emigrados a España, y ejerció los más diversos oficios y vivió una vida difícil. Su novela me recuerda de algún modo a Bajo el volcán, no sé por qué.
Nuestro club Macondo esconde mil tesoros, como cualquier conjunto grande o pequeño de libros, lástima que no incluya 2666, otra de las grandes novelas de Bolaño que me gustaría leer.

sábado, 25 de abril de 2009

Imágenes de las cuatro torres





Hoy casi no voy a escribir, solo voy a poner algunas fotos de los cuatro rascacielos de Madrid, que han terminado por conquistarnos a todos, incluso a los más reacios a su encanto.

sábado, 11 de abril de 2009

La muerte, parte de la vida, y un libro

Inducida por un artículo en el EPS de la pasada semana he leído mi primera obra de Haruki Murakami. También me ha influido la buena opinión de mis dos amigos de blogs, R. y M., y admás que estaba en Macondo para comenzar con Tokyo Blues: Norwegian wood. 
A pesar de todas las opiniones favorables, no me ha gustado demasiado. Se trata de una obra demasiado adolescente y encuentro que ese es uno de los males de nuestra época, el que toda la sociedad se resienta de esta edad del pavo permanente, cargada de un hedonismo simplón y de una inconciencia que se permite jugar incluso con la idea de la muerte y del suicidio. Cuando leo estas historias poco creibles siempre me acuerdo de la frase de mi nonna Barbara, que decía " vi puzza il benessere", algo así como os apesta el bienestar.
Y también "os apesta" la juventud, es fácil juguetear con la idea de la muerte si uno tiene 20 años, la carne firme (que decía Serrat), y la sangre fresca. Pero morir no es una broma, es el fin de todas las bromas, y de todo lo serio, de todo lo que soñamos y de aquello de lo que disfrutamos.
Mayor, pero lleno de amores y de intereses se ha muerto el padre de R., un hombre que enseñó bien a sus hijos y a sus nietos a ser honrados y buenos y que disfrutó siempre de su amor a la sabiduría y a aprender cosas, especialmente de su pueblo, Madrigal de las Altas Torres y que por este cariño y su afán de conocer, fue internauta tardío. Como ocurre a menudo no pude estar con R. sujetando su corazón desbocado y echando una mano en lo que se pudiera, pero igual estaba mi voluntad y mi mente con ella, en estas fechas de celebración de la muerte tan curiosamente oportunas.
Morir no tiene ninguna gracia, y deja solos a los que queremos.

jueves, 2 de abril de 2009

Serendipidad lectora

Me gusta leer en y por el camino. Es decir mientras viajo en tren y lo que encuentro inesperadamente en mi vida cotidiana. Lo bueno de ser ya talludita es que ya no tengo que crearme un acervo cultural ni nada de eso. pero vamos, que siempre he leído lo que se me antojaba, además de lo obligado.
Mis días están cercados de libros como objetos físicos que no puedo abrir y a menudo tampoco los veo ni los toco aunque siempre estén ahí (sus representaciones, los registros; su casa, la biblioteca; su música, las palabras).
Pero siempre hay un momento en que puedo tocarlos, hojearlos, leer solapas y contraportadas y quedarme prendada de una idea, un ambiente, un personaje... No importa lo poco selecto que sea el dispensador de libros: un supermercado, una de esas horribles máquinas expendedoras de libros, raro es el lugar donde entre muchos otros yo no encuentre alguna historia afortunada que me arregle el día.
Mientras se produce este fenómeno, esa serendipidad, voy leyendo otras cosas que ya he leído en otro idioma, aunque con menor entusiasmo. Así estaba yo la semana pasada, con The Corfú trilogy de Gerald Durrell y otros libros en inglés, cuando en una visita al super, entre otros mil libros me tocó la frente uno, Lo que perdimos, de una joven autora que no conocía de Catherine O'Flynn. En la contracubierta contiene una pequeña reseña que habla de una pequeña detective desaparecida, Kate Meany, "solitaria y perspicaz" y de un centro comercial en Birmighan, Green Oaks.
Es una historia de intriga, se dice, de fantasmas. Pero yo lo he leído como una historia de soledades y de vidas apagadas y equivocadas. Los personajes son vulgares, un guardia de seguridad con una padre a la vieja usanza, una ex punk que ahora trabaja en una tienda de discos, su hermano el licenciado sin aspiraciones...
Hay un misterio que resolver, cómo desapareció Kate y por qué se aparece en el centro comercial, pero es sobre todo la novela de la soledad de la invisibilidad (y también de su contrario, el sentimiento de ser siempre observado)
Y también el paisaje es el protagonista, un paisaje arrasado de las afueras de las ciudades, donde las naves industriales están siendo sustituidas por los centros comerciales y por las nuevas zonas residenciales. Se trata de una belleza raída de fin de milenio, una estética postmortem del desarrollo industrial.
Lo peor de esto no es la duda de si será o no una lectura edificante (creo que podré vivir con ello), sino lo condenadamente rápido que se acaban estos libros caídos del cielo.