martes, 26 de agosto de 2008

Un mes a través de las lecturas

Hace mucho que no escribo. En verano el tiempo tiene otra calidad, es un tiempo de calle y campo y no de ordenadores. También es tiempo para leer porque un libro lo puedes llevar casi a cualquier parte. Libros con sal, salitre y arena, con una ramita de lavanda o cantueso... libros leídos al resol de la tarde.
De ese modo llevo yo leídos otros libros desde La conquista de la felicidad. Uno de Muñoz Molina, El viento de la luna, cuenta la pubertad de un hijo de agricultores andaluces y su seguimiento de la llegada del hombre a la luna. A pesar de lo que dice C. de que a él le gustó leerlo porque le recordó el entusiasmo con el que siguió el acontecimiento casi con la misma edad, a mi lo que me gusta del libro es el ritmo de las estaciones y la vida en el campo, así como el deseo del protagonista de escapar del cepo que es para él el campo. Es contradictorio, lo sé, pero así lo he sentido. Además, Muñoz Molina recrea en esta obra la memoria de la guerra civil y de los resquemores que duraron tanto, sobre todo en los pueblos.
Otra novela que leído es Reloj de viento, del marbellí Juan Malpartida, amigo de una amiga. Este libro es más difícil de comentar, cuenta la historia de una familia de origen francés afincada en Monda y Salduba (nombre antiguo de Marbella) y su vivencia de la guerra. Pero el libro es introspección pura, está estructurado como una conversación entre el sobrino escritor y el tío supuestamente personaje. Es una novela casi filosófica, en la que en realidad no pasa nada externo que no sea visto desde un prisma interior. Dos cosas me recuerdan a mi Málaga, un poco el lenguaje y el disfrute de la conversación por la conversación, por un lado, y por otro un cierto fatalismo o desinterés o falta de ambición o conformidad que hace aceptar los triunfos o las derrotas como nimiedades. Es una novela curiosa, y por eso os la recomiendo, no es la novela al uso.
Y luego he leído unos relatos de Woody Allen, Pura anarquía, que recobra su disparatado mundo en unas historias delirantemente absurdas y por ello relajantes. Y una novela que me regalo A., aunque la elegí yo, Cuatro días de enero de Jordi Serra i Fabra, un autor catalán muy prolífico del que no había leído nada y que me ha gustado bastante, narra el trabajo de un inspector de policia en los días previos a la entrada de los franquistas en la ciudad de Barcelona, su investigación de dos crímenes en una ciudad absolutamente asolada.
Estoy leyendo Elegía de Philip Roth, cuyo título en inglés me parece más acertado Everyman, y tengo a la espera una de Flaubert, Bouvard y Pécuchet y otra que no sé si acaba de engancharme, El arte del placer, de una escritora siciliana nacida a principios del pasado siglo, Goliarda Sapienza. El tiempo elástico del verano da para mucho.
También he visto un poco de las olimpiadas de Pekín y me he admirado del afán mundial por las medallas, todo el mundo pendientes de si llevamos 10 ó 1000. El deporte es otra cosa, para mi tiene algo de acoplarse al latido del universo: ahí es nada.
Además, os dejo una foto de la sierra, ya en la provincia de Segovia, camino de La Granja

domingo, 3 de agosto de 2008

La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell

Bertrand Russell escribió este ensayo en 1930, antes de la enorme sacudida que supuso para occidente la última guerra mundial, con todo ese alarde de crueldad gratuita; por lo tanto muchas cosas parecían distintas. Sus consejos vitales son bastante conservadores, a lo mejor porque están dados desde la razón y la lógica, que siempre buscan un punto medio de efectividad y eficiencia.
Está organizado este ensayo en torno a dos núcleos: causas de la infelicidad y de la felicidad. Desde luego no descubre cosas que no sepamos ya: las causas de la infelicidad son la competitividad, el equilibrio entre el aburrimiento y la excitación, la fatiga, la envidia, el sentimiento de culpa, el sentirse perseguido y el temor al que dirán. Y aún hay que contar con que todos esos motivos de infelicidad se han exacerbado con el paso de tiempo: la fatiga es hoy casi nuestro medio natural a causa de nuestra civilización, ruidosa, multiduninaria y agresiva.
Especial mención merece el tema del sentimiento de culpa, que parece una condición imprescindible de la vida actual. Las mujeres y los hombres de hoy tienen un sentimiento de culpa permanente por no prestar atención a los niños, a los mayores, a los que quieren, a los amigos... De este modo hacemos todo mal, y estamos siempre en un lugar distinto a nuestra localización física real.
Puesto que no habla de nada nuevo y ni siquiera llega a apreciar la verdadera dimensión del problema, ¿qué aporta la lectura de este libro a los lectores de este maldito siglo XXI?.
Pues fundamentalmente el recordatorio de aquello que nos produce felicidad. Lo primero de todo, el entusiasmo (que puede incluso tener un punto de irracionalidad si queremos), después el cariño, la familia, el trabajo (porque el trabajo es un motivo de felicidad primordial, no lo olvidemos), los intereses o aficiones y el equilibrio entre el esfuerzo y la resignación.
Tampoco son estas causas de felicidad desconocidas para nosotros, y dependiendo de cada persona, cada uno añorará alguna de éstas cosas que ayudan a ser feliz.
Personalmente, lo que me parece más valioso de este libro es, en primer lugar, un cierto desenmascaramiento de las buenas intenciones, y en segundo, la recuperación del sentido de la proporción, desviando así el centro de atención del yo hipertrofiado de la gente de hoy a un nosotros que debe incluir a toda la humanidad.
Abundando sobre esta idea, nos recuerda que la única forma de crecer es "salirnos" de nosotros mismos y aceptar y recibir todas las influencias exteriores, que hacen crecer nuestro yo al tiempo que le curan de su aislamiento.
Y a continuación voy a intentar leer del mismo autor On education, de la que tengo una edición preciosa, que apetece leer a pesar de su letra pequeña.