domingo, 21 de febrero de 2021

Llama que baila

Sé que os parecerá un nombre artístico, pero Carmen Oliva era su nombre real, el de una compañera de curso en el instituto de calle Gaona de Málaga.

Era menudita, de piel cetrina y tímida. Guapa, con un óvalo clásico y unos ojos profundos, no recuerdo si marrones o negros. A sus 14 o 15 años, usaba pañuelos de seda como si fuera una mujer más mayor. No hablaba mucho y su círculo de amistades era reducido.

En algunas ocasiones festivas, Mari Pepa y algunas otras virtuosas del cante y el baile flamenco montaban una fiesta gitana. Y ellas, las entendidas, reclamaban a Carmen para que bailase.

Entonces la chica callada y tímida entraba en un trance muy hondo, con los ojos perdidos o cerrados y un arte que todo el mundo reconocía, independientemente de que les gustase o no el flamenco. Sin movimientos sensuales ni extremos, pura concentración y arrobo, contagiaba pasión y sentimiento.

No sé nada de ella ni de lo que haya sido su vida, pero nunca podré olvidar su modo de bailar, ni su mirada mientras lo hacia. Era una llamita ondeando entre el aire y las palmas.

jueves, 11 de junio de 2020

Turismo

Cuando yo tenía 20 años, en los años 70, los últimos del franquismo y los primeros de la denostada Transición, toda la inteligencia del país reclamaba que nuestro país tuviera otros recursos económicos más allá del turismo.
Y eso que el turismo en esa época fue un soplo de aire fresco que abrió nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón. Permitió que viéramos a gentes diferentes y que conprendieramos que había otros mundos y otras perspectivas.
Para muchos de nosotros, ahora, la dependencia de la economía derivada del turismo es una noticia cuando menos dudosa, en esta crisis de vuelta a una normalidad supuestamente nueva, dependiente en mucho de un turismo que hoy no es como el que vivimos hace ya 5 décadas.
El turismo ya no es un mecanismo de difusión de cultura y modos de vida, o al menos no lo es siempre. Hay demasiado turismo de transporte de seres de un lugar a otro,  sin ninguna permeabilidad, más allá de la borrachera vandálica o el enclaustramiento en paraisos muy distintos de los lugares reales de llegada.
Después de 50 años estamos en las mismas: dependemos más del turismo que de un tejido más profundo y permanente.
Y encima este turismo no es el de la comunicación entre civilizaciones y la expansión de la ideas humanitarias, sino una suerte de traslado entre lugares de borrachera o una ficticia navegación entre lugares inexistentes.  Y un generador de contaminación, supuestamente lejos de nuestro hogar. Pero nuestro hogar es ya la Tierra, para todos: pobres y ricos, blancos y negros, europeos y americanos, buenos y malos

viernes, 29 de mayo de 2020

Lecciones del confinamiento

Esta pandemia sirve para bastantes cosas útiles. La más importante es sobre la propia idea de uno mismo. Uno no es tan guay como se imagina. No es tan listo como se cree. Ni su ánimo es tan bueno como presume.
Yo al menos he llegado a esas conclusiones.  No he ayudado a casi nadie, no he tenido ánimos todo el tiempo durante los dos meses y medio que ha durado esta etapa. Sobre todo a partir de que la unión de todos se fue a la mierda. Desde entonces todo cuesta más. Y ahora siento que casi nos merecemos (no todos, siempre hay gente excepcional) irnos al garete o a t.p.c.
Yo a esta crisis la considero el principio de mi deterioro cognitivo y anímico. Yo diría que mi natural rebeldía o resiliencia es ya historia.
Es una cosa personal, que tiene que ver con mi mucha edad, demasiada; con la imposibilidad que he tenido siempre de decir que no, con mi afán de hacer feliz a todo el mundo, síntoma de incapacidad de asumir la confrontación y de mi necesidad de aceptación y de amor.
Pero soy fuerte, y aunque sea más sola, mas huraña, con más miedo y menos risas, aguantaré.

sábado, 25 de abril de 2020

Nieves E.C.

Éramos poetas. "Poetas malditas de nuestra casa", como decíamos con sorna nosotras, Nieves. Vivimos en una casa alquilada de la Arganzuela en los 80 del pasado siglo. Todo empezó con un relato corto de Yourcenar, que escribiste en una pizarra improvisada con una tapa de electrodoméstico.
Después me escribiste un poema sobre la tristeza de despedirte de J. cuando te visitaba en fin de semana.
Y cuando te fuiste a la vendimia a tu pueblo, Puebla de Almoradiel y me contaste cómo serian tus días, yo tambien te escribí un poema:

Sueño uvas azules 
en la amanecida,
Nieves,
sueño tierra materna
de humoso calor
mezclado con los cantos.
Vendimiadores, de sudor y dulzura
vestidos,
avanzando al hilo de
las horas,
que se van dorando 
hasta ponerse rojas.
Sueño fuegos, 
y racimos y quesos 
y ojos que se aman
entre las vides.

Era 1983, en septiembre, no podía ser otro mes.

Luego cada una siguió su vida. Tu te casaste con J. Y tuviste tres hijos magníficos. 
Y en 2011 me saludaste por Messenger. Y volvimos a hablar, aunque no demasiado, hasta julio de 2019 que vi en Facebook una imagen que me preocupó: estabas enferma desde hacía un año y ocho meses.
Comenzamos a compartir versos propios y ajenos y tus wasaps me despertaban viejas palabras, viejas historias. Me mandaste un poema dedicado a mi, hermoso e inquietante:

A Marina

A cada paso de oscuridad
se te enciende la vida
como un monte de siglos
en destellos,
y la noche se obstina en estrellar
tu frente
contra el duro cielo de años y esperas
qué te vacían los ojos de agua viva
y peces de tristeza blanca.
Te recuerdo en la ventana
entre plumas de cansancio
y caparazón de adioses
en los ojos que se cierran
hasta teñirse verdes de recuerdo,
( con un ansia curva, desolada)
Hueles a zumo de naranja
y a mañana lluviosa de domingo
y a croissants y a rock and roll
en zapatillas rotas de " vita nulla".
Dijiste: " poesía para un amigo”,
" Los nombres en poesía"
" No tiene ritmo"
" No es poético"
Palabras que recuerdo 
y guardo con devoción
de alumna fascinada.

 Recuerdo otras palabras, 
pero sólo conservo
las que más duelen.
Duelen con el dolor de la culpa.
Ya sé que hoy no tienen magia
mis palabras

Tú las has olvidado o tal vez no...
Apenas nos miramos
 y estamos en aquel lugar
donde los gatos unían dos esperanzas
hablando en italiano.
Miedo me da pensarlo:
Pero es tan dulce tu recuerdo
y tan fuerte...y tan permanente
que los años no me dejan
olvidar tu olor a ducha.
Sé que te va bien. Lo deseo.
Y a veces, sólo a veces te envidio.
Ya lo he dicho: ésta es tu fortaleza.

Amiga del alma, compañera,
amante y vigilante sol
de una pequeña o diminuta
principiante poeta.
Mi vida te echa de menos.

Con el Covid19 tú, que siempre mantenías la fuerza y la esperanza, comenzaste a estar un poco asustada y yo contigo...
El 23 de este maldito abril de confinamiento te escribí el Elogio de los libros de Álvaro Valverde y no me dijiste nada, como varios días antes. Y el dia 24 tu hijo  Víctor me dijo que habías muerto.

Desde entonces lloro lágrimas negras por todo lo que te perdiste, por lo que nos perdimos y por lo que no nos perdimos, por esos años que se fueron, en los que disfruté de tu bondad y tu fuerza humilde y hermosa.